martes

Un breve cuento Tibetano

(A propósito de la libertad y el destino)


Esa mañana Suncho Tenzing se levantó pronto. Por su ventana se veían las montañas nevadas del Valle de Ladhak. Desde hace varios días sus pensamientos y sus emociones encontradas no le dejaban dormir. Hoy pondría fin a tanto insomnio. 
Cruzó el patio caminando todo lo rápido que su túnica azafrán le permitía. Se quitó sus sandalias y después de postrarse frente a la inmensa estatua dorada del Buda al final del salón, se dirigió a su Lama: 
- Buen día – El Maestro solo movió su cabeza, hace días que observaba en silencio, el desasosiego de su discípulo. 
- Quiero pedir su consejo – el Lama volvió a mover la Cabeza asintiendo. Entonces Suncho disparó: 
- Desde hace días que estoy intranquilo y miles de pensamientos rondan mi cabeza, me encuentro iracundo y violento, no soporto las correcciones que me haces, ni las tareas que me confías. No disfruto al estar con mis compañeros y mi mente cuestiona el Dharma que antes tanta claridad me daba. Me enojan las disciplinas de las que antes disfrutaba, me siento preso en este Lamasterio, quiero volar, quiero ser artífice de mi propio destino… 
El Lama no dijo palabra. Tomó su mano y lo llevó a un ventanal desde el que se veía el Valle. Era domingo y los niños de la aldea volaban sus cometas multicolores aprovechando el buen tiempo. Luego de unos minutos el Maestro habló: 

- Somos como una cometa. Solo alcanzamos grandes alturas cuando nuestra línea es firme y se mantiene tensa. Mientras más alto volamos, esa línea de conexión debe ser más resistente y firme. En el momento que pienses que se puede volar solo y llegar a grandes alturas y sueltes tu línea, los fuertes vientos te arrastraran sin rumbo, enredándote con otras cometas que sin sentido vagan por el cielo sin saber a dónde se dirigen. 
Una buena cometa valora y cuida su línea, como a su vida misma. 



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