“Evitemos actuar como aquél farero que distribuía entre
los pobres de las chozas vecinas el aceite de que se alimentaba la llama con la
que debía alumbrar los océanos.
En su centro, toda alma es guardiana de un faro más o
menos necesario. La más humilde de las
madres que se deja entristecer, absorber o anonadar por sus restringidos
deberes de madre, da así su aceite a los
pobres y sus hijos sufrirán toda su vida por el hecho de que el alma de su
madre no fue tan clara como hubiera podido serlo.
La fuerza inmaterial que reluce en nuestros
corazones debe ante todo brillar por sí misma, ya que solo así podrá llegar a
brillar también para los demás. Por
cuanto es pequeña vuestra luz, jamás regaléis el aceite que la alimenta, sino
la llama que la corona”.
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